lunes, 6 de julio de 2009

HITLER,KOKOSCHKA Y EL EXAMEN QUE MARCÓ EL DESTINO DEL MUNDO


Para la inmensa mayoría de historiadores, Adolf Hitler es el indiscutible culpable del estallido de la Segunda Guerra Mundial y de sus devastadoras consecuencias. Para Oskar Kokoschka, uno de los artistas más influyentes del siglo XX, el gran responsable del terror hitleriano, el que desencadenó el mayor conflicto armado de la historia de la humanidad, fue otro: él mismo.
¿Cómo es posible que un pacífico pintor indujera a un joven austriaco histriónico, petulante, vago e iluminado a meterse en política, hacerse con el control del partido, planear un golpe de estado, ganar unas elecciones, provocar una guerra total y llevar a Alemania a la destrucción?
Lo cuenta Elías Canetti en su libro Fiesta bajo las Bombas. Una tarde lluviosa en el Londres herido por los pájaros de la Luftwaffe, este escritor búlgaro se encontró con el exiliado Kokoschka. Apenas empezaron a hablar, el artista checo le hizo una confesión macabra y exagerada: él era «el verdadero culpable del conflicto». La explicación es sencilla: Hitler quiso ser pintor. Lo deseó durante décadas, soñó con el estrellato, con abrir nuevas sendas en el arte, con dinamitar los viejos conceptos. Pero Kokoschka y la mediocridad del adolescente de Branau se cruzaron en su camino al éxito y alimentaron la frustración que inflamaría para siempre el carácter del dictador más sanguinario de la historia.
En 1906, el joven Adolf vivía en Linz (Austria) influido por el universo wagneriano y los misterios del Grial. Con 17 años planeó un viaje iniciático a Viena, una ciudad efervescente que contenía en sus calles todo lo bueno y lo malo de los años previos a la Primera Guerra Mundial. Allí, fascinado por la arquitectura, se prometió a sí mismo que sería un artista de prestigio. El inglés Ian Kershaw, uno de sus biógrafos más prestigiosos, recuerda que fue su tía Johanna la que costeó otro nuevo viaje a la capital de Austria. «Salió para Viena a principios de septiembre de 1907, a tiempo de presentarse al examen de ingreso de la Academia de Bellas Artes».
Armado con una carpeta llena de dibujos, Hitler fue uno de los 113 candidatos. Según Canetti, Premio Nobel de Literatura, otro fue Kokoschka. En una primera criba suspendieron a 33, entre los que no se encontraba el futuro dictador. A principios de octubre pasó otros dos duros exámenes, de varias horas cada uno, en los que se les pidió realizar obras sobre temáticas prefijadas. Sólo 28 superaron el trance. Y Hitler ya no estaba entre ellos. Su problema es que, más allá de los paisajes bucólicos, no sabía representar figuras humanas. Al futuro Führer no le pasaba por la cabeza que pudiera suspender, como dejó escrito en su Mein Kampf: «Estaba convencido que aprobar sería un juego de niños... Estaba tan convencido que cuando recibí el suspenso fue como si cayera sobre mí un rayo del cielo».
Al parecer, y siempre según Kokoschka, Hitler se quedó a las puertas de su sueño, al límite del aprobado, mientras que él pasó el corte. Si hubiera sido al contrario, se hubiera perdido un gran artista, pero el peor genocida de la humanidad se hubiera dedicado a pintar acuarelas en vez de arrasar razas y países.
El rechazo de la Academia, lejos de desanimarle, le motivó para trasladarse a Viena de modo permanente junto a su gran y único amigo, Gustl Kubizek. Como afirma Kershaw, «Hitler no daba ningún paso para garantizar que sus posibilidades fuesen mayores en un segundo intento». Sin estudiar, volvió a suspender, claro, y juró odio eterno a la Academia. «Habría que volarla», le dijo a Kubizek una noche. «Allí no comprenden el verdadero arte». Mientras, Kokoschka se formaba como uno de los artistas imprescindibles del siglo XX, ocupando el puesto que el irascible Adolf creía para sí. Para él, la Academia siempre fue una escuela de judíos y degenerados. Su doble suspenso fue crucial para moldear sus futuros miedos, su victimismo y el odio con el que prendería fuego a Europa.

ALBERTO ROJAS

No hay comentarios:

Publicar un comentario